A falta de cosas uno se va dando cuenta de otras, más pequeñas, eso es lo bueno; lo malo es la confusión gigante que se genera en uno frente a algunas cosas de la vida.
Lo sé, parece una exageración si es que estamos hablando de un día sin celular pero así es como este cerebro millenial logró “poetizar’ una sensación de algo que parecía ser fácil.
Creo que mi cerebro sabía que era mi día incomunicado y me levanté sin el despertador, obviamente mi rutina cambió desde el principio; el proceso de ver Twitter en las mañanas, fotos en Instagram y estar de novelero en Facebook no sucedió. Tampoco pude poner mi lista mañanera de Spotify, la que me pone de buen genio.
Sinceramente esto no me molestó, aunque en el párrafo anterior pueda parecer lo contrario; tomé un baño, desayuné y me subí a mi carro para ir a la universidad, ahí me tomó por sorpresa la falta del teléfono. Tomé el cable auxiliar y me quedé sosteniendo el puerto para conectar hasta que me di cuenta que no tenía qué conectar.
Después de este pequeño suceso ya estuve un poco incómodo, por suerte pude poner la radio que escuchaba cuando iba camino al colegio hace algunos años, esto hizo que mi día siga empezando de una manera inusual al cambiar pequeñas cosas.
Llegué a la universidad y todo pasó como de costumbre, solo había momentos en los que las ganas de tener mi celular en mis manos.
El regreso a mi casa fue terrible, el tráfico de la una en Cuenca es algo que solo un buen cuencano podría describir como algo “bien hecho shit”; además de esto no tenía mi celular y tampoco podía conectarlo al carro para calmar ese mal genio con música.
Saltaré hacia el momento que fui al trabajo ya que solo les aburriría contando mi historia comiendo puré de papas y seco de pollo.
Llegué al trabajo, estuvimos desde las 3 hasta las 7, y cuando salí mis compañeros de trabajo me mostraron un screenshot de mi perfil de Facebook que decía “50 likes y 30 comentarios y me pintan el pelo de verde”, solo me reí pero me quedé con la curiosidad de quién lo hizo, y no tenía mi celular para preguntar a la persona de quien sospechaba.
Sinceramente me daba más ganas de ver cuántos likes tenía la publicación y de hablar con algunas personas con las que quedaron conversaciones pendientes el día anterior; ese momento sí sentí necesidad de ver mi celular; llegué a mi casa y lo vi ahí en la mesa de mi cuarto, fueron 20 segundos de cámara lenta, sabía que la información que necesitaba estaba ahí, en esa mesa.
Pude dormir viendo Netflix en la televisión pero con todas las dudas, esas que me hacían preguntarme qué habrá pasado ese día dentro de ese dispositivo, el cual yo lo consideraba innecesario.
Esto me hizo pensar dos cosas, la primera, que obviamente es necesario, la comunicación instantánea puede ser tan indispensable en estos días que puede hacer que nos invadan las dudas y nos deje siendo ignorantes por no saber qué pasó en un día en redes sociales.
La segunda duda era el hecho de saber quién me quiso pintar el pelo de verde. Resultó ser una prima la cual tenía mi cuenta de Facebook abierta en su computador.
Las cosas que se nos vienen a la mente después de este tipo de cosas son muy interesantes, me di cuenta que tengo una rutina muy marcada, en mis mañanas, tardes y noches, según lo que yo pensaba, yo era una persona sin rutinas, lleno de cosas “originales” todos los días, pero me di cuenta que toda mi rutina gira entorno a mi celular, el día siguiente fue diferente porque supe que estaba cumpliendo mi rutina e intenté cambiarlo, ahora, sigo intentando. Esperemos pueda cambiar un poco.
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